Quiero escribir. Realmente quiero escribir. Tengo una necesidad imperiosa, una furia loca por escribir; y no puedo. Me siento impotente.
No escribo para nadie, no escribo para terceros. Escribo para mí; es mi terapia diaria. Yo y mi diario. Escribo diarios desde que tengo 9 años; ahora tengo casi 20 y 5 cajas al tope de cuadernos Gloria de 48 páginas. Están llenos de canciones, poemas, cuentos, dibujos, pensamientos varios, muchos garabatos adornando el nombre de mi enamorado de turno. Básicamente, pelotudeces que rondaban mi cabeza en determinado momento. A los 9 todos mis cuentos empezaban con "había una vez una princesa que encontró a su príncipe"; a los 11 empecé a prestarle atención a la gente, a inventar historias a partir de simples detalles de su apariencia. A mis 15 todos mis poemas eran un intento de copia burda a la poesía de Alejandra Pizarnik, a los 17 dejé de creer en el mundo rosa y fue imposible hallar un solo final feliz en mis relatos. Y a mis casi 20, mis escritos ya no tienen ni principio ni final, con suerte un desenlace. Simplemente subsisten. Se conforman con ser simples palabras entrelazadas, poniéndolas juntas, forzándolas a tener sentido. Me obligo a plasmar todos mis pensamientos, aunque sean nimios y poco originales. Ya no disfruto tanto de esto. No me sale naturalmente. Me siento estúpida y contagiosa. Escribir solía hacerme sentir invencible, con un poder que no muchos tienen. ¿Qué carajo me pasó?
(De todos modos, lo decidí: mañana voy a hacer una linda fogata con 5 cajas llenas de mierda y papel.)
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